Un batazo tras otro, las pelotas siguen volando en Santo Domingo, una de las principales capitales del béisbol del Caribe. Pero ahora, en tiempos de coronavirus, no vuelan la cerca del 'play' sino que aterrizan en las carreteras o, de vez en cuando, en los faros de un automóvil. Y es que la pandemia ha obligado al béisbol amateur a buscar refugio en las calles, en los descampados, lejos de las canchas, cerradas hace ya dos meses.
ENTRENANDO AL LADO DE UNA CARRETERA
El equipo juvenil Estrellas de Jay ha encontrado acomodo en un descampado de hierba seca y rala, en medio de un bullicioso nudo vial con forma de trébol que enlaza dos de las principales avenidas de la capital dominicana, donde el ruido de carros y camiones de gran tonelaje no cesa un instante. El campo de entrenamiento improvisado ha 'limitado' las opciones de trabajo. En un espacio 'apretado' no se puede batear largo ni hacer otras muchas cosas que sí se podían practicar en una cancha normal, explica a Efe el entrenador del equipo, Juan Carlos de la Cruz.
También ha obligado a los jugadores a recurrir a la improvisación para sustituir la falta de equipación deportiva. Así, las piedras de gran tamaño que pueblan el descampado hacen la función de pesas de gimnasio. A la sombra del viaducto, a dos pasos del tráfico, el bateador golpea una pelota tras otra, que vuelan en cualquier dirección. "En estos días un niño de 14 años y con 6,1 pies de estatura bateó un jonrón y le rompió una mica (faro trasero) a un carro que se desplazaba por el lugar", relata De la Cruz.
EFE