Integrantes del equipo de atletismo del Vaticano corren para los medios frente a la basílica de San Pedro. MAURIZIO BRAMBATTI EFE
Cuenta la leyenda que Filípides, un soldado griego con más dotes para la escapatoria que para la batalla, recorrió en el año 490 a.C. los 42 kilómetros y 195 metros que unían Maratón con Atenas para anunciar la victoria en la guerra contra los persas. Puede que algún historiador deje de leer aquí mismo, pero no sólo es fruto de nuestro tiempo que más que la veracidad de los hechos importe el relato.
Así lo entendió el filólogo francés Michel Bréal, cuando en 1896 se inspiró en la mítica carrera para convertirla en el icono de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en la capital griega. El maratón no se había corrido nunca en las antiguos Juegos, que se disputaban a los pies del imponente santuario de Zeus. Incluso otras tradiciones narran que fue este dios quien creó la competición deportiva más célebre de la historia.
Verdad o no, lo cierto es que los Juegos no serían lo mismo sin la apelación a los dioses. Y ante tanta deidad, el último en querer sumarse al mito pagano es el propio Vaticano. Esta semana se ha constituido la Athletica vaticana, el equipo de atletismo con el que la Santa Sede comenzará a competir en Italia. Para ello ha firmado un convenio con el Comité Olímpico italiano, que le otorgará el sello para participar en próximas carreras, y al que se sumará otro acuerdo con el Comité Paralímpico de este país.
Su impulsor es el español Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Consejo Pontificio para la Cultura -órgano del que depende la sociedad- y presidente del equipo.
«Acudir a los Juego Olímpicos no es un objetivo ni a corto ni a medio plazo», dijo durante la presentación en el Vaticano, aunque reconoció que ver la bandera nacional blanca y amarilla en la ceremonia de inauguración de unos Juegos sería «un sueño». Antes de poder cumplirlo, la Santa Sede debería constituirse como comité olímpico independiente. Así que, por el momento, según Sánchez de Toca, las primeras citas internacionales podrían ser los Juegos de los Pequeños Estados de Europa -a los que acuden países de menos de un millón de habitantes- o los Juegos del Mediterráneo.
El sueño olímpico aún queda lejos, aunque el presidente del club reitera que no cierran «ninguna puerta». Contagiados, sin embargo, de ese espíritu, desde el Vaticano transmiten que lo importante no es lograr la victoria, sino conectar el deporte con los valores de la cultura, la ética y, claro, la religión.
«Es triste ver cómo en los espectáculos deportivos se impone la violencia o el racismo», asegura el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura. El equipo de la Santa Sede está compuesto por unos 60 integrantes, la mayoría empleados del Vaticano, como guardias suizos, gendarmes, bibliotecarios o burócratas. Aunque el club también se reserva la opción de convertir en miembros de honor a personas ajenas a la institución, como dos refugiados africanos, que actualmente portan el escudo del Papa.
La mayoría de sus miembros ya corrían con la camiseta amarilla que representa los colores de la Santa Sede. Aunque sólo ahora se han constituido como sociedad, algo que no han hecho los equipos de fútbol y de cricket, que también tiene el Vaticano y que sólo acuden a competiciones informales. Sor Marie-Théo Puybareau, monja y una de las atletas del club, asegura que para ella la carrera supone «un momento para el rezo y la meditación». Porque, según sus palabras, «los pantalones cortos y las zapatillas no están reñidos con la espiritualidad».
ISMAEL MONZÓN / ELMUNDO