Chipper Jones no se doblegó ante la presión del momento. Y eso que ésta era significativa. El exjugador emblemático de los Bravos de Atlanta fue exaltado el domingo al Salón de la Fama y pronunció un discurso conmovedor, bajo la mirada de su esposa Taylor, quien en cuestión de horas dará a luz a un hijo que recibirá el nombre de Cooper, en honor al recinto de Cooperstown, tras este día especial. Ante el desafío retórico, Jones respondió de maravilla, tal como lo hizo en el terreno durante su carrera de 19 años con los Bravos.
"Ella cambió mi vida para siempre", dijo el pelotero retirado, mientras su esposa se enjugaba las lágrimas. "Hicieron falta 40 años y algunas imperfecciones graves en mí en el camino para encontrar mi verdadera profesión. Ahora, hemos integrado a nuestras dos familias. Esto me ha dado lo que he buscado durante mi vida entera, la felicidad auténtica”. Unos 50.000 espectadores se congregaron en un día soleado para rendir honores a los seis nuevos miembros del Salón de la Fama.
Los otros cinco fueron el dominicano Vladimir Guerrero, Jim Thome, Trevor Hoffman, así como los excompañeros de Detroit, Jack Morris y Alan Trammell. Jones controló sus emociones durante un discurso en que rememoró toda su carrera, comenzando con su campaña de novato, cuando ayudó a que Atlanta ganara la Serie Mundial de 1995. Fue uno de los mejores bateadores ambidextros de la historia, a la imagen de Mickey Mantle, el pelotero a quien idolatraba su padre. Finalizó con un promedio de bateo de .303, 468 cuadrangulares y 1.623 carreras producidas, credenciales que le valieron la elección al recinto de los inmortales en el primer intento. Jones tuvo también palabras elogiosas para sus padres.
“Ustedes son la razón por la que yo estoy en este escenario”, recalcó. Concluyó su alocución agradeciendo a los leales fanáticos de Atlanta. “Ustedes me apoyaron siempre”, enfatizó. “son el motivo por el que nunca quise irme a otro lugar. Los amo chicos. Gracias”. Thome, quien se mostró muy emocionado en febrero, durante una visita al museo del Salón de la Fama a fin de prepararse para este día, mantuvo ahora la compostura. Eso sí, se limpió las lágrimas después de que su hija Lila cantó el Himno Nacional. “Estoy muy honrado de ser parte de algo tan especial”, manifestó Thome.
“El béisbol es hermoso y yo estoy por siempre a su servicio”. El zurdo bateó 612 vuelacercas, para ubicarse en el octavo sitio de la historia. Impuso un récord de las mayores con 13 jonrones con los que puso fin a un juego, la mayor parte con los Indios de Cleveland. Sumó también 1.699 remolcadas, 1.583 anotadas y 1.747 bases por bolas. Entre las muchas personas a quienes Thome agradeció figuró el exmanager de Cleveland, Charlie Manuel, quien fungió como coach de bateo de los Indios en las décadas de 1980 y 90. Manuel estaba entre el público.
“Él me dijo que yo podía conectar todos los jonrones que quisiera”, rememoró. “Yo sabía que él era una persona con la que yo podía tener una conexión especial”. Ovacionado por cientos de personas que agitaron banderas de República Dominicana, Guerrero habló en español durante unos cinco minutos. Agradeció a su padre y a su madre, quien cocinaba la cena para él y ahora lo hace para su hijo. Se mostró también agradecido con los fanáticos y con la gente en Don Gregorio, su localidad natal. Su hijo Vladimir Jr, prospecto de las menores con los Azulejos, estaba presente. Nueve veces elegido para el Juego de Estrellas, el jardinero bateó para .318 con 449 cuadrangulares y 1.496 impulsadas.
Fue el primer pelotero entronizado en Cooperstown con la gorra de los Angelinos, el equipo con el que tuvo sus mayores éxitos. Tal como lo hizo como relevista implacable, Hoffman no mostró un solo atisbo de nervios al pronunciar su discurso, que cerró con un agradecimiento a su esposa. “Compartiste conmigo este viaje asombroso de altibajos desde el comienzo, sin permitirme nunca que el éxito se me subiera o que el fracaso me hundiera”, dijo Hoffman. “Te amo”. Elegido en su tercer año en la papeleta, Hoffman jugó buena parte de su carrera con los Padres de San Diego, y la finalizó con los Cerveceros de Milwaukee.
Durante tres años, no logró impresionar a los ejecutivos como campocorto, por lo que se mudó al bullpen y se convirtió en una estrella. Morris, quien tiene ahora 63 años, lanzó 18 temporadas para los Tigres, Mellizos, Azulejos e Indios, y ganó cuatro veces la Serie Mundial. En los 80, lideró a todos los lanzadores con 2.444,2 innings de labor y 162 victorias.
Encabezó también la Liga Americana en ponches, con 1.629. Entre las personas a quienes mencionó estuvieron sus padres y el fallecido Sparky Anderson, quien guio a los Tigres al cetro en el Clásico de Otoño de 1984. “Gracias, mamá y papá, por todo lo que me enseñaron y lo que hicieron por mí”, comentó con la voz entecortada, mientras miraba a su progenitor. “Sé que Sparky Anderson está hoy con nosotros… me enseñó muchas cosas, a pelear contra la adversidad”.
El momento cumbre en la carrera de Morris fue su victoria por 1-0 con juego completo en el séptimo enfrentamiento de la Serie Mundial de 1991, lanzando por los Mellizos de su ciudad natal contra los Bravos. El manager de Minnesota, Tom Kelly, quería retirarlo después de nueve innings, pero Morris, de 36 años, lo convenció de no hacerlo. Morris y Trammell fueron elegidos juntos en diciembre por un comité de veteranos, lo que hizo la jornada más especial para ellos.
Trammell jugó durante 20 temporadas como campocorto, siempre con los Tigres. Se le eligió seis veces para el Juego de Estrellas, ganó cuatro Guantes de Oro y tres Bates de Plata. Su porcentaje de fildeo de .977 es sexto entre los torpederos que han jugado al menos 2.000 encuentros.
AP