EAST RUTHERFORD, N.J.– Chile bicampeón. Campeón de Copa América y Campeón del Centenario. Chile es el Rey absoluto de América. Tras un lánguido 0-0, en 120 minutos, de más golpes que futbol, de más transpiración que inspiración, en ronda de penales, aniquila 4-2 a Argentina.
¿El Extraterrestre? Lionel Messi lleva al fracaso a Argentina. Yerra el penal. Llora. Se desmorona. Catarsis de histeria. Tercera final de lamentos. Tercera final que para él “no es fracaso, sino una muy gran decepción”. 30 millones de argentinos seguro disienten. Entre ellos Maradona, quien les pidió, a él y a su clan, que si no regresaban campeones, no volvieran a pisar la nación. Mientras Chile y sus 18 millones de habitantes viven la gloria de dos títulos continentales, el Obelisco vuelve a quedarse solo. Es el monumento a la desolación. 23 años de soledad y amargura.
Erraron los penales Arturo Vidal por Chile, y Messi fue el primero en cobrar y mandarlo al cielo de los condenados, mientras que Biglia erró el último que cobraron los albicelestes. Chile en un reinado que parece prolongarse. Y argentina en un ayuno, en un páramo, en una decadencia incurable. Tiene al mejor jugador del mundo… pero, sólo juega en el Barcelona. Messi se convulsionaba en llanto. Se convulsionaba en el pozo profundo del fracaso. Lo consolaban todos. El líder se convertía en el eslabón más endeble de la cadena. Decir Messi fracasa, es el retrónimo del fracaso, casi un pleonasmo.
UN BUFÓN BRASILEÑO…
Tenso. Arrebatado. Rabioso. Con aroma a ese miedo suicida y homicida. Así destilaba el arranque del juego. Nerviosos los chilenos. Indecisos, imprecisos. Más obsesionados con Messi que con su plan desquiciante de ataque. Forcejeo. Dientes apretados. El miedo al descuido propio y la esperanza al error ajeno. Una apuesta vacilante en futbol. Higuaín tiene la mejor. Robando un balón. Encarando a Bravo. Pero resurgen sus miedos a acertar y vuelve a fallar.
La pelota da maromas de fuga, hacia el poste y al limbo. Y llegaría el show desde Brasil. Heber Lopes maneja el partido como Dilma maneja las finanzas de Brasil. Le mete una segunda amarilla a Marcelo Díaz. Su protagonismo es una parodia. Chile con diez no recula, pero administra. En ese lapso de ventaja, Argentina no se atreve. Messi no aparece, excepto como señuelo, como carnada. No está para crear sino para provocar tarjetas. Lopes parece recapacitar. Y claro, al compensar, consuma otro error.
A Rojo le muestra el camino ignominioso al vestuario. 0-0 en el marcador, 10 contra 10 en la cancha. Y con ese saldo, sin emociones, como una Final de sarrapastrosos, y no con figuras en Europa, el descanso llega. La Copa, el trofeo, parece que elige el celibato. Chile y Argentina son varones castrados en ese primer tiempo. El segundo tiempo fue una reedición del primero. Un retrónimo del miedo compartido. Messi deambulando, un par de descolgadas y el balón cobijado por brazos presurosos en la tribuna, como pago de consolación.
Tiempos extra. Las fatalidades arbitrales roban escena. No se aplauden ya las escasas osadpias ofensivas, sino las exitosas demoliciones defensivas. Las aficiones vitorean el crimen como un acto de supervivencia. Dos atajadas superlativas de Romero y Bravo, a cabezazos de Vargas y Agüero, sacuden el partido, en una sobredosis de espesa angustia compartida. Consumidos los 120 minutos, la historia debe escribirse desde el manchón de la histeria. Nada para nadie. 0-0, el cómic de los bostezos. Y después, Vidal falla, Messi la vuela, y Biglia, la entrega. Argentina se convierte en el subcampeonísimo universal. Los segundos, son los campeones de los fracasados. Pero sólo se cuelgan medallas de cobre.
Por Rafael Ramos Villagrana ESPN