El Madrid acabó con la lengua fuera en Múnich, donde arrancó con orden y terminó descompuesto en el rancho de Keylor Navas. El Bayern, con un gol al final de Lewandowski, le endosó la primera derrota de la temporada, oxígeno para el cuestionado Guardiola y un simple capítulo más para el estudioso Benítez, que podrá subrayar que su equipo se jugó las habichuelas sin CR, Benzema y Bale.
Demasiada ventaja para cualquier adversario, y no digamos para un equipo del rango imperial del Bayern. Mientras no se agitaron los banquillos con los relevos constantes, el Madrid fue metódico y disciplinado, pero timorato y sin chispa. Con el revuelo del segundo acto se estampó, perdió consistencia y lo pagó. Fue muy inferior.
Por mucho que fuera un bolo comercial, un cartel con Bayern y Real Madrid jamás es desdeñable, nunca es apto para cascoteros. Son infinitas las cicatrices entre unos y otros, algunas, y bien profundas, suscitadas en duelos veraniegos.
En Múnich no hubo fútbol almibarado, nada de pachorras y sí un partido con chicha, serio. Como era lógico, con dos encuentros seguidos, Benítez y Guardiola retocaron el chasis titular con seis cambios cada uno respecto a las semifinales. El catalán ya había reservado ante el Milan a unos cuantos pretorianos y, de entrada, envidó con menos teloneros, con el espinazo de Neuer, Alonso, Lahm, Götze y Muller, por lo general, titularísimos.
Al contrario que el técnico madrileño, que puso en escena a varios opositores, sobre todo en el medio campo, donde coincidieron Casemiro, Lucas Vázquez y Cheryshev, tres becarios en busca de un hueco en la plantilla, especialmente los dos últimos. Ninguno dio el cante, pero tampoco dejaron huellas. Con Benítez cuenta, y mucho, la ortodoxia, el cumplir el mandato. Alegrías, las justas. A los tres se les vio contenidos.
No solo los meritorios estuvieron mejor sin la pelota que con ella. Es uno de los rasgos diferenciadores de este Madrid, que en este amanecer del curso se muestra como un conjunto muy ordenado, con pegamento en las líneas, muy aplicado con la armadura. Por fuera, los laterales ya no son ventiladores ofensivos y los extremos se asocian con ellos sin rechistar a la hora del tajo defensivo. Otra cosa es el despegue en ataque, mermado en este torneo por las ausencias de Cristiano y Benzema.
En la final, de entrada tampoco participaron James y Bale. Jesé volvió a gravitar por la senda del francés e Isco asumió el papel del galés, en su caso más natural, menos ortopédico que el del británico. A hombros de Isco, el Madrid encontró sus únicos vuelos hacia Neuer, salvo dos trallazos de Kroos. No hay puesto mejor para Isco y los hay mucho mejores para Bale, con más piernas que ojos, más rígido cuando hay que moverse en microespacios.
Hasta el galimatías del segundo acto, con una ruleta constante de cambios y más cambios, el Madrid se sostuvo en el partido incluso cuando se apagó Isco y perdió hilo Jesé. Se acabó la poca munición con la que acudió al torneo. Al Bayern, con todo su aroma guardiolista, pese a las tormentas desatadas en su contra, le costó infiltrarse en el área de Keylor Navas, que hasta la explosión de Douglas Costa, apenas tuvo tarea, salvo en un disparo lejano de Alaba que desvió con las rodillas, un despeje pifiado de Ramos que acabó con la pelota rebotada contra el poste derecho del costarricense y susto con Götze al término del primer tiempo.
El Madrid, con su aire juvenil, salió entero del primer trecho, en el que padeció la baja de Pepe, dolorido al cuarto de hora y relevado por Nacho. Tuneados ambos equipos con el carrusel de las sustituciones, el segundo tramo se le hizo eterno al Madrid, que sintió los apretones del Bayern, que en estos tiempos convulsos con tantos voceros y predicadores críticos, no está para bromas. Al frente de todo el conjunto bávaro, Douglas Costa, un brasileño que estaba refugiado en el Shakhtar. Guardiola le ha echado el lazo y el chico apunta alto, muy alto.
Es un extremo puro, pillo, veloz, muy desequilibrante. Un tormento para Carvajal. Con Douglas activado y Lewandowski para rebañar el área, Keylor acaparó los focos con varias intervenciones destacables. El Madrid nunca tuvo salida, se vio encapsulado cada vez más cerca de su portero. Ya no tuvo respiro hasta que Lewandowski derribó el muro tras una asistencia de Douglas, que ejecutó de maravilla una falta.
La pelota cayó en esa zona que ni tuya ni mía, con debate para los zagueros. Navas, fuera de plano, se quedó tierra de nadie y el polaco dio un respiro a Guardiola. De paso, certificó la primera derrota de la era Benítez. Esta vez, el partido se le hizo larguísimo.
Por José Sámano/ Elpais