En un frío día de invierno de marzo de 1976, 20 remeras esperaban en silencio frente al despacho del director de deportes femeninos de la Universidad Yale, en Estados Unidos. Frente a la puerta de Joni Bernnett, entre el grupo de mujeres estaba su capitana, Christine Earns.
"La secretaria abrió la puerta y nos vio a todas ahí de pie, se echó atrás y todas entramos, nos giramos y la persona que iba a tomar la foto lo hizo. De hecho, saltó sobre la mesa y nos fotografió las espaldas", le dijo a la BBC. Jenny Gilda también era parte del equipo. "Cuando Chris nos hizo la señal, nos dimos la vuelta y nos quitamos la ropa. Todas teníamos 'Título 9' escrito en la espalda. Y Chris estaba allí delante, desnuda, lista para leer el manifiesto que había escrito", recuerda. "Ese día fue mi primera gran lección en el mundo del remo: 'Sin riesgos, no hay gloria'", agrega.
"Ciudadanas de segunda"
La protesta desnuda supuso un momento de inflexión en el deporte femenino de Estados Unidos, donde muchos ahora consideran a aquellas jóvenes del equipo de remo de Yale como heroínas. "Creíamos que éramos poderosas por nosotras mismas, no gracias a nadie. Llegamos, de todo tipo y talla, y antes de aquello no había demasiadas oportunidades para las mujeres en ningún deporte, mucho menos remo", afirma Earns. "Fue como si se nos abriera una puerta de par en par", agrega.
En 1976, Earns y Anne Warner, también de Yale, eran atletas de renombre mundial. Y estaban entrenando para los Juegos Olímpicos de Montreal. Jenny Gilda, estudiante de primer año, se había iniciado en el remo el otoño anterior. Poco a poco se dio cuenta de que las deportistas de Yale eran "ciudadanas de segunda".
"Tenía 17 años, era muy joven. Y sí, la universidad era fabulosa. La primera vez que fui a las instalaciones de remo, con ese gimnasio de tres plantas, pensé que era increíble hasta que me di cuenta de que las cosas no eran igual para todos", relata. "De hecho, los hombres nos molestaban en el gimnasio. Nos hacían sentir intrusas".
Yale empezó a recibir mujeres por primera vez en 1969. Unos años antes, la Corte Suprema exigió a cualquier institución que recibiera financiación federal dar igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. Eso fue conocido como "Título 9". Pero en concreto en deportes, Yale no parecía avanzar demasiado en cumplir con la resolución.
Los equipos de remo entrenaban en un río ubicado a una media hora de la universidad. Y no había instalaciones para mujeres. Un autobús esperaba a los deportistas fuera del gimnasio. Los hombres salían de entrenar, iban a sus vestuarios, se duchaban y se subían al transporte después de cambiarse de ropa. Las mujeres los esperaban sudando, mojadas, en pleno invierno.
El riesgo de enfermar era alto. Y eso era un problema grave, sobre todo para las dos olímpicas. "La situación poco a poco se hizo inaceptable. Esperar mientras los compañeros salían, tan frescos, con su ropa seca y nosotras ahí, todavía mojadas", dice Earns. Las autoridades académicas les prometían que iban a resolver el asunto, pero no parecía que hicieran nada.
¿Nos desnudamos?
Gilda recuerda cómo, en principio en tono de broma, Earns y Warner comenzaron a hablar de hacer algo para llamar la atención. "Una de las ideas creo que era ir con un cubo y ducharse en la oficina de Bernnett. Y luego empezó lo de desnudarse. Ahí tenías a dos deportistas de talla nacional desafiándose. Empezó como un chiste y acabó en 'sí, hagámoslo'".
Pronto decidieron convertir aquello en una protesta seria. Y la gran mayoría del grupo estuvo de acuerdo gracias al carisma de Chris Earns. "Si me decía que me tirara de un puente, lo hubiera hecho. Buscando la forma segura de hacerlo, claro", bromea Gilda.
Las remeras establecieron una fecha y llamaron al colaborador local del periódico The New York Times para conseguir publicidad, que acudió con una fotógrafa. Llegaron en silencio, descalzas y entraron en la oficina. Se desnudaron y, para que no se sintieran incómodas, el periodista se dio la vuelta y se puso cara a la pared.
Entonces Earns comenzó a leer. Con la selección olímpica, consiguió medalla. "Estos son los cuerpos que Yale está explotando. Venimos hoy para dejar claro cuán desprotegidas estamos. Para mostrar de forma gráfica a lo que estamos expuestas. La lluvia se nos congela en la piel. Luego nos sentamos en un autobús durante media hora mientras el hielo se mezcla con nuestro sudor. No se ha hecho nada".
Al día siguiente, la historia apareció en The New York Times y pronto se hicieron eco los medios internacionales. Yale se vio presionado para implementar los derechos de las mujeres. "Se enfadaron mucho", rememora Gilda. "Sobre todo con el entrenador por no poder controlar a sus mujeres", se ríe. "¡Como si hubiera podido controlar a Earns y Warner! ¡Suerte con eso!".
Entonces comenzaron las llamadas y las noticias sobre ellas en la prensa. Y ya en el verano tenían sus instalaciones nuevas: vestuarios, duchas y hasta un pequeño muelle para su bote. "No sólo fue para nosotras", señala Earns. El resto de universidades de Estados Unidos también comenzó a equiparar las condiciones de hombres y mujeres. Eso llevó a un gran incremento en el número de mujeres que practicaban deporte.
"Fue una llamada de atención. Conseguimos una mejora definitivamente. Y por supuesto, fue como un símbolo de mujeres que decían: 'Hey, estamos aquí y no nos puedes ignorar'", dice Gilda. Sin olvidar que, si la Corte Suprema no hubiera emitido su resolución años antes, estas muijeres no habrían conseguido nada.
Por Catherine Davies BBC