MADRID — El derbi madrileño de la ida de los cuartos de final de la Champions League dejó la eliminatoria en misterio. Atlético y Real Madrid empataron 0-0 en un partido disputado en el Vicente Calderón que tuvo tantos tintes de clásico, desde la emoción hasta la intensidad de la pelea, como no se habían visto en los últimos seis encuentros. Gareth Bale aprovechó un error de la media del Atlético de Madrid para salir a galope tendido, burlar a la defensa y, frente al marco, soltar un potente disparo.
La grada del Vicente Calderón, que animaba a los suyos a todo pulmón contuvo la respiración. Apenas cuatro minutos. Demasiado temprano para verse abajo en el marcador. Pero emergió la figura de Jan Oblak para impedir que los blancos se adelantaran. Fue una gran atajada. De las que en cualquier otra ocasión ameritarían ser recordadas como uno de los momentos de la noche. Pero este no era un partido como cualquier otro: Era un derbi y, además, de Champions.
Después de seis intentos en la campaña, el Madrid se comportaba a la altura y para cuando terminó la primera mitad, la salvada del esloveno contó como la primera. Para cuando terminó la primera mitad, Oblak daba la impresión de haberse transformado en un dragón. Seis veces más tuvo que intervenir para evitar que su equipo se desangrara. Resultaba que el Atlético no podía mantener a raya al enemigo con la efectividad que creía.
Tardaron mucho en medir el alcance de Luka Modric, al que costaba seguir la pista. Raphael Varane, que en su última visita al Calderón se asemejaba más a un conejo asustado que al último capitán de la selección francesa, daba lata por toda la cancha. Un bólido más en las filas merengues, como si Bale y Cristiano no fueran suficientes.
Gareth Bale se abría espacios por el centro y mantenía una fructífera conexión con Modric y James. Y como era poco guardarse de los peligrosos disparos de Bale, estaba el colombiano, que al igual que Ronaldo y el galés, vio su intento desde la frontal. O Marcelo, que aparecía a cada rato para poner un centro de esos que llevan veneno. El arquero esloveno daba la actuación de la temporada, pero con cada llegada merengue, la grada se afligía un poco más. La incertidumbre.
No saber si el jugador de 22 años aguantaría mucho más. Peor, cuando el Atlético había tenido apenas una ocasión de peligro y que Griezmann había desperdiciado al mandar el balón directo a las manos de Iker Casillas. Algo fallaba en las filas rojiblancas hasta en el balón parado. Koke, el que la pone donde quiere, mandaba los balones demasiado largos; como si jugara con la mira mal calibrada. Y no era éste el partido para mostrarse dubitativo; cada error, por inocuo que pareciera, tenía el potencial de hundir el barco.
Pero en el las filas del Atlético de Madrid, donde las carencias técnicas se compensan con coraje e ilusión, no iban a permitir un desastre. Avanzaba el tiempo y el Madrid ya no lo tenía tan claro; costaba empujar a los colchoneros a su mitad.
Las oportunidades seguían siendo merengues, pero el cuadro colchonero luchaba con uñas y dientes para abrirse paso. Sobre todo con las de Mandzukic, que estaba hecho una fiera. Quedaban 15 minutos en el reloj cuando Ancelotti decidió apretar, enviando a Isco en lugar de Benzema, que justo antes se había perdido una oportunidad clarísima. Intuyendo una catástrofe, Simeone movió ficha inmediatamente.
Había que reventar esa reforzada media merengue así que Griezmann, que no había hecho gran cosa, dejó su lugar a Raúl García. Músculo y olfato goleador, todo en uno. Funcionó por un unos minutos, antes de que el aplastante talento acumulado en la media merengue surtiera efecto y de nuevo, fueran los blancos los que estuvieran cerca de inclinar la balanza a su favor.
Mandó llamar el Cholo al amuleto Torres. Ancelotti, a Arbeloa. Los últimos minutos transcurrieron en una cerrada batalla a ida y vuelta apenas contenida por ambas zagas. Nivelada. Casi justa. Casi, porque Ancelotti, que había apostado por dos empates antes que caer en el Calderón otra vez, se había salido con la suya.
Por Paola Núñez ESPN