A finales del siglo XIX el «foot-ball» (escrito así también en España) era un deporte tan nuevo que su libreto se confundía con el del rugby; de hecho, el 26 de octubre de 1863 una docena de representantes de clubes del centro y los suburbios de Londres se reunieron en The Freemasons Tavern, un pub cercano a Covent Garden, para dotar al juego de unas reglas que lo diferenciaran claramente, en especial en lo concerniente a la «conducción del balón».
Pero antes de que los estudiantes y profesores de la Institución Libre de Enseñanza volvieran a Madrid de sus viajes de estudio a la capital británica impregnados con la magia del «foot-ball», el veneno se inoculó por parte de sus propios inventores en un lugar improbable, Huelva, concretamente en Minas de Riotinto, donde los anglosajones que trabajaban en Corta Atalaya y demás explotaciones de mineral empezaron a practicar este «sport» entre otros típicos de las islas, como el cricket.
En 1878 nació el Club Inglés de Riotinto; poco después, el eminente cirujano Alexander Mackay creó en la capital onubense la Sociedad de Juego de Pelota. La semilla estaba sembrada. Con la población local seducida por este original pasatiempo que se practicaba en descampados a la vista de todos, Mackay y Charles Adams, a la sazón primer presidente de la entidad, impulsaron la creación del Huelva Recreation Club.
Hablamos, por entonces, de un juego de gentlemen –«el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos y el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros», dice un antiguo dicho británico–, con sus sombreros de copa alta y ala corta, donde directivos, jugadores y hasta entrenadores de los clubes eran la misma cosa. Aún faltaban años para que se convirtiera en un deporte de masas.
Aquella pequeña comunidad de las islas, de la que quedan vestigios en la localidad minera junto al curso fluvial del mismo nombre («tinto» por los metales que arrastra), hizo que la sociedad onubense participara de su afición por el «foot-ball», que no fuera una excentricidad foránea. José González Pérez, portero del Real Club Recreativo en los años 20 del siglo pasado, fue además autor del libro «Historia del football en Huelva y su provincia» (publicado en 1929) donde narra la gestación del histórico equipo. Antes de que mediaran papeles oficiales aquellos pioneros disputaban partidos en 1887 y 1888 contra los tripulantes de los vapores británicos que atracaban en el puerto.
Fundación oficial
En 1888, Ildefonso Martínez Pérez, que contaba quince años de edad, fue invitado por el doctor Mackay a jugar un encuento en su Club de Recreo contra los marineros de un barco llamado Jane Cory. Era el único futbolista no inglés de los 22 que participaron en el duelo, convirtiéndose en el primer español en practicar este deporte reconocido documentalmente. Ildefonso, natural de La Palma del Condado, colgó las botas para dedicarse al remo y luego emprendió la carrera militar. También fue socio del Recreativo, y su nombre figura en la primera lista de abonados del club onubense.
En una entrevista que le hicieron a los 81 años, recordaba que «se jugaba por amor al arte, por la defensa ardorosa de los colores. ¡Hoy ya ve hasta dónde hemos llegado! El materialismo lo invade todo». La primera junta del Huelva Recreation Club se celebró el 18 de diciembre de 1889. La noticia fue publicada dos días después por el diario «La Provincia» y señalaba que la entidad fomentaría diferentes «sports», entre ellos el «foot-ball».
El 23 de diciembre, a las 22:00 horas, en el salón de chimeneas del antiguo Hotel Colón, se firmó su acta de fundación del club decano del fútbol español. En la reunión estuvieron presentes, además del doctor Mackay y Charles Adams, varios empresarios extranjeros afincados en la ciudad, como el alemán Guillermo Sundheim, y los locales Pedro Soto y José Muñoz. Pocos días después el buque inglés Don Hugo arribó a Huelva. En su bodega, entre otras mercancías, llegó material y equipaciones para la práctica del fútbol y el cricket.
El resto, es la historia de un club modesto, con problemas con Hacienda, con hitos como el subcampeonato de la Copa del Rey de 2003, sus ascensos a Primera División (en especial el de la temporada 2005-06 como campeón de Segunda) y un equipaje intacto de pasión por un deporte que, contra todo pronóstico, conquistó España por el sur.
MIGUEL ÁNGEL BARROSO/ ABC