NUEVA YORK — Una cesta con cangrejos pescados en la bahía de Chesapeake, así como un mazo. Un gorro de capitán náutico. Y una donación por 10.000 dólares para financiar las actividades de su fundación que organiza actividades para niños.
En la recta final de su carrera en las Grandes Ligas, Derek Jeter recibió otra tanda de obsequios en su último juego en el estadio Camden Yards de Baltimore. Y acto seguido se fue de 4-0 como segundo al bate de los Yankees de Nueva York, que se dejaron remontar en la parte baja del noveno inning para sucumbir la noche del domingo por 3-2 ante los Orioles y debilitar aún más sus tenues posibilidades de clasificarse a los playoffs.
El capitán de los Yankees sigue intocable tanto en el orden ofensivo como en su posición, pese a que inicia la penúltima semana de la temporada con 24 turnos seguidos sin batear de hit. Su promedio al bate en la campaña se ha desplomado a .250.
En septiembre, con los Yankees tratando de evitar quedar fuera de playoffs en año consecutivos por primera vez desde 1992 y `93, Jeter registra un bochornoso promedio de .116. Cualquier otro pelotero sumido en semejante bajón perdería la titularidad sin contemplaciones, pero esto no es el caso del emblemático campocorto con el número 2 en su camiseta.
Los Yankees y su mánager Joe Girardi prefieren hacer caso omiso a los reclamos de sentar a Jeter, o por lo menos bajarlo en su turno al bate. "¿Presionado? Para nada", dijo Girardi el fin de semana cuando le preguntaron sobre si el capitán se sentía abrumado por toda la atención en el último tramo de una trayectoria de 20 años en las mayores. "Derek nunca se dejaría presionar".
Por lo pronto, Girardi decidió darle descanso el lunes al dar comienzo a una serie de tres juegos como visitantes ante los Rays de Tampa Bay. Girardi habla de los antecedentes de Jeter –su producción oportuna en los meses de septiembre y octubre– para justificar que juegue todos los días, y consumiendo turnos en la parte alta del orden ofensivo.
Dice que en cualquier momento va a despertar. Ya es un poco tarde para pensar así. Baltimore debe alzarse con el título de la división Este de la Liga Americana esta misma semana, así que lo que le queda a los Yankees es el wild card como tabla de salvación y se antoja inalcanzable al situarse cinco juegos detrás de Kansas City por el segundo comodín del circuito, sin incluir a otros tres equipos que marchan por delante de ellos. Pero al menos han sabido sacarle provecho a la nostalgia, el elemento en el que estos Yankees se han destacado estas últimas dos campañas.
La del año previo fue la del adiós de su cerrador Mariano Rivera, quien por lo menos se despidió al tope de sus prestaciones, con 44 rescates y efectividad de 2.11. Nadie en las Grandes Ligas le gana a los Yankees a la hora de rendir homenajes a sus grandes figuras.
En una irregular campaña, en la que solo uno de sus cinco abridores no se lesionó y en la que las contrataciones de Carlos Beltrán y Brian McCann no han rendido los dividendos esperados, los honores a Joe Torre, Paul O'Neill y hasta Tino Martínez dejan una sensación que recordar el pasado es una buena manera de camuflar el mal presente y de paso llenar las butacas de su estadio.
Pero hasta en eso se están quedando a la deriva. La semana pasada, al recibir a los Rays, la concurrencia de 31.188 aficionados fue la más baja en la historia del nuevo Yankee Stadium. La despedida de Jeter tiene cierto aire de torpeza en estos momentos: un futuro miembro del Salón de la Fama que a sus 40 años no está para los mismos trotes de antaño, que ya no puede aportarle mucho a su equipo.
"No he pensado mucho al respecto", dijo Jeter al referirse a su floja producción. "Sólo intento que el equipo gane. Salgo con el deseo de jugar bien. Quierto batear un hit cada vez que voy al plato". Nadie se atreve en dejarlo ver mal, y ni él toma la iniciativa –como líder que debe ser– para pedir quedarse en la banca. Y es así que Derek Jeter se va, con la peor campaña su carrera, con su equipo al borde de perderse la postemporada por apenas tercera vez desde su debut en 1995. Pero al menos la despedida será conmovedora.
Por Eric Núñez / AP