El estadio de Algarve, sede de la Eurocopa de Portugal 2004, es el escenario de un hito que casi nadie observa: hay 1.620 personas -según informó la UEFA- para observar el debut oficial de Gibraltar en las Eliminatorias para la Eurocopa de 2016.
Parece vacío ante esos hinchas dispersos, la mayoría curiosos ante la novedad de observar a un equipo de novatos, que apenas incluye a dos futbolistas profesionales, a un bombero, a un electricista y a un puñado de policías y/o guardias costeros. Se parece a un milagro: Polonia, alguna vez escuela de fútbol en los tiempos de Lato y de Boniek, es el rival que se va al descanso con la sensación de que enfrente no había un oponente condenado a la goleada.
El primer tiempo finaliza uno a cero. El desenlace es una demostración y un contacto con la realidad: con cuatro goles de Robert Lewandowski -delantero del Bayern Munich- el equipo polaco construye un 7-0 que retrata antecedentes y posibilidades.
Pero nadie en Gibraltar olvidará ese día, esa fecha grabada para siempre más allá del resultado: 7 de setiembre de 2014, el día en el que El Equipo del Peñón fue aceptado por la Unión Europea de Fútbol como un componente pleno, como uno más.
El Grupo D de las Eliminatorias rumbo a Francia 2016 brindará -quizá- el partido más disparejo que el planeta pueda ofrecer: el 14 de noviembre, en el Estadio Olímpico de Berlín, Gibraltar enfrentará al seleccionado alemán, campeón del mundo y líder del ranking de la FIFA.
Las casas de apuestas no ofrecerán dinero para el vencedor. Habrá que establecer, claro, la cantidad de goles que los visitantes van a recibir. El estatus de Gibraltar, más allá del ámbito de la pelota, depende bastante del punto de vista de quién lo mire. Se trata de un territorio de ultramar bajo administración del Reino Unido, pero reclamado por España.
Para los británicos es un espacio más dentro de sus dominios universales; para España es un peñón usurpado. En términos oficiales, la ONU señala que es una colonia que se encuentra bajo supervisión de su Comité de Descolonización. Mientras tanto, allí, entre sus casi 30.000 habitantes la vida sucede. Y también el fútbol. Tienen un orgullo propio de la Galia de Asterix: son el seleccionado del territorio menos habitado del continente, justo por detrás de San Marino y de Liechtenstein. El deporte -con este seleccionado insólito como emblema- no es ajeno a la cuestión política.
El Victoria Stadium, que cuenta con césped artificial, tiene capacidad para sólo cinco mil personas. En consecuencia, no está autorizado para ser sede de los partidos de las Eliminatorias para la Eurocopa. Gibraltar podría jugar como local a un puñado de kilómetros, en Algeciras, pero España se niega. Es lógico: también se opone a su inclusión en las competiciones europeas. Por eso, Gibraltar se cobija en el estadio de Algarve, en Faro, a unos 250 kilómetros del peñón.
Sin embargo, más allá de oposiciones, quejas y polémicas, el equipo nacional dejó de lado su pasado de competiciones entre seleccionados no reconocidos (en 2007, por ejemplo, se impuso en los Juegos Insulares, de los que alguna vez participaron las Malvinas) y hasta ya consiguió algunos resultados valiosos. Por ejemplo, en sus últimos dos amistosos previos al estreno oficial ante Polonia igualó de visitante ante Estonia y venció 1-0 a Malta, en su primera victoria desde la aceptación de la UEFA.
Otro triunfo habitaba el peñón por esos días: los buzones del servicio postal celebraban la inclusión continental con el escudo rojo y blanco de la asociación y con la fecha imborrable (24/5/2013), ese día en el que se sintieron parte del mundo del fútbol. Una estampilla con el escudo de la Asociación también celebró y ahora recuerda aquella ocasión.
El precio no tenía azar: 54 centavos de libra, para evocar que se trata del seleccionado número 54 de Europa. También en la actualidad acontece una esperanza: que la FIFA acepte a Gibraltar como miembro pleno. "Esa sería la mejor de las victorias", señaló Desmond Reoch, el presidente de la Asociación, en días no tan lejanos.
Ya van 17 años sin respuestas desde la solicitud presentada a tal efecto. La televisación del encuentro ante Polonia indica los once nombres que quedarán para siempre en la historia del fútbol de este territorio, que -curiosamente, o no tanto por la influencia británica- cuenta con una de las Asociaciones más antiguas del mundo (fundada en 1895, apenas cuatro años después de la disputa del primer torneo del fútbol argentino, por ejemplo).
Debajo, a modo de curiosidad se detallan las tareas que desarrollan más allá del campo de juego. El arquero Jordan Pérez es bombero; su hermano Brian, que juega como extremo, es electricista; Ryan y Lee Casciaro son policías; el tercero de esa familia que juega para el seleccionado, Kyle, cuida las costas de ese espacio breve. También hay comerciantes, docentes, empleados administrativos en este plantel que edifica su historia con un entusiasmo que excede a sus posibilidades.
Hay dos profesionales de escasa aparición en la gran escena: Scott Wiseman, un defensor derecho del Preston North End, de la Tercera División inglesa; y Liam Walker, mediocampista -el diez- juega en Bnei Yehuda Tel Aviv, de Israel. Allen Bulla se llama el entrenador del seleccionado más nuevo de Europa. Fue futbolista, pero jamás excedió el módico territorio de la Liga local. Los siete goles de Polonia no lastimaron su agrado ante el carácter relevante del evento.
Tras el estreno histórico, contó su mirada: "Jugar con el corazón nos ayudará a lograr lo que queremos lograr, pero tras 45 minutos nos faltó un poco de físico. Hemos aprendido mucho de este partido, y hemos tenido la oportunidad de jugar contra un delantero como Lewandowski. Demostramos en la primera parte que podemos aguantar, pero si les das un centímetro a delanteros de este calibre te lo hacen pagar". Bulla sonreía. Sus jugadores, mientras les pedían autógrafos a sus rivales famosos, también.
Por Waldemar Iglesias / clarin.com