Se trata del miedo a ser enterrado vivo tras un diagnóstico de deceso erróneo, debido normalmente a un trastorno repentino de inmovilidad y cese aparente de las funciones vitales que puede postergarse durante días (catalepsia).
Esta fobia, recurrente en la literatura de terror, no es de las más irracionales e infundadas; surge a raíz de una serie de casos de enterramiento accidental previos a la llegada de la medicina moderna, que llevó incluso a idear féretros de seguridad que proporcionaran una vía de escape al desafortunado resurrecto.
Los avances médicos con los que contamos hoy día hacen del todo imposible que esto vuelva a suceder; no obstante, muchas personas se inclinan por la incineración precisamente por el temor a despertar en el interior del ataúd y no hallar forma de rehuir una muere inminente.
Aunque altamente improbable, lo cierto es que existen motivos para sentirse aterrado ante la perspectiva de sufrir un enterramiento prematuro. Las probabilidades de supervivencia son aún menores de lo que solemos creer, ya que la muerte nos sobrevendría antes de agotar el oxígeno contenido en el ataúd, lo que ocurriría en un tiempo estimado de 5 horas.
El dióxido de carbono exhalado al ambiente durante el propio acto de respirar acabaría por intoxicarnos mucho antes, si bien es cierto que para entonces, la falta de oxígeno ya nos habría hecho perder el conocimiento y entrar en un estado comatoso que, afortunadamente, nos libraría de la sensación de asfixia.
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