A pesar de que la reina Victoria no era el estereotipo de mujer atlética, los hombres y mujeres de su época eran grandes fanáticos del deporte. Si bien, en ocasiones, no se tratara de deportes estereotípicos… El placer, más que el ejercicio físico, motivó estas curiosas historias deportivas, que el autor Jeremy Clay encontró en la prensa de aquellos tiempos.
Carreras de abejas vs. palomas
La victoria fue sorpresiva, por decir lo menos. Las apuestas favorecían a los eventuales perdedores. Sólo unos pocos insensatos habían respaldado al equipo que finalmente triunfó. Así que hubo consternación en la línea de meta, ese día de 1888.
Una multitud ansiosa se apretujaba para ver al primer competidor llegar, pero en vez de la paloma que todos esperaban en la delantera, la líder era una humilde abeja. La carrera, que bien podría reclamar para sí el título de la más extravagante en la historia del deporte, supuestamente ocurrió en el pueblo de Hamme, en Westphalia, Alemania.
Un fanático de las palomas y un apicultor habían decidido, por razones que se desconocen, meterse en un enfrentamiento de especies para responder a una pregunta que no le había quitado el sueño a nadie hasta entonces: cuál criatura era la más rápida.
La pregunta que de hecho sí parecen haber respondido fue cuál criatura se distraía menos por el camino. La primera abeja llegó 25 segundos antes que el primer pájaro, y otras tres abejas le ganaron a la segunda paloma en llegar. A esa altura, los jueces se aburrieron de cronometrar y el resto del resultado no fue registrado. Un triunfo indusctible para los insectos, entonces. Y quizás a las abejas les hubiera ido incluso mejor si no hubiesen sido cubiertas de harina al comienzo de la carrera, de cinco kilómetros y medio.
"Era muy difícil identificarlas", explicaba el periódico London Daily News. "Y aunque bañarlas en harina antes de comenzar hizo la tarea de reconocimiento más fácil en la llegada, debe haber retrasado de alguna forma su vuelo".
Perro vs. ser humano
Discretamente confiado. Así se sentía el señor Smith, aquel día de junio de 1880. Una y otra vez el campeón de nado había demostrado sus destrezas en el agua. No había razón para dudar que su última competencia sería un paseo, especialmente cuando escuchó que su rival escogió usar el llamado estilo "perrito".
Ese día, pues, Smith se lanzó en el río Támesis, a la altura del puente de Londres, ubicado en una zona céntrica de la capital británica, para dar comienzo a la carrera. Lo mismo hizo su oponente, una perra de seis años que respondía al nombre de Now Then (algo así como "Ahora, después").
Aclamado por los espectadores que se apiñaban en el vapor "Príncipe de Gales" para seguir la acción, la pareja arrancó hacia los jardines de North Woolwich, en este de la ciudad, mientras que una flotilla de pequeñas embarcaciones les seguía los pasos. O más bien las patadas. Al principio, Smith tomó la delantera, pero sólo pudo mantener esta ventaja unos pocos segundos. "Bajo el puente, la perra lo superó y pronto se alejó de su oponente humano", informó el Tamworth Herald.
Recorrido un tercio del camino, la retriever le sacaba unos 35 metros. A la altura de la Torre de Londres, ya eran 45 metros. Poco después iba 4 minutos y 24 segundos más adelante que su rival. Fue entonces cuando la perra realmente comenzó a perderse de vista. Un desmoralizado Smith, por entonces rezagado unos 750 metros, se rindió, después de haber pasado 47 minutos y medio en el río.
En cambio, Now Then cargó hacia la meta. Un tanto antes de alcanzarla, los contrariados patrocinadores de Smith aceptaron, finalmente, la derrota. "La montaron al bote de su dueño, y estaba tan fresca como una lechuga", dijo el Herald.
Los deportes tradicionales no producían tan buenas historias de prensa…
Pesca con gelignita
Astucia. Paciencia. Criterio. Tal vez también un toque de buena suerte. Esas son las cualidades que se necesitan para ser un buen pescador de caña. Pero por una coincidencia sorprendente, Arthur Watckings carecía de todas ellas en gran medida.
A finales de 1900, el minero y dos de sus amigos fueron a pescar en el canal de Wednesfield, en el centro de Inglaterra. Para inclinar la balanza a su favor, y quizás para reducir una cansona espera hasta que algo picara, el trío tuvo la idea de probar un método innovador: usarían gelignita.
Podría haber funcionado, si Arthur no hubiera detonado el cartucho mientras trataba de arreglar la tapa con su cuchillo. ¿El resultado? Tres hombres horriblemente heridos. "La violencia de la explosión quedó evidenciada por el hecho de que había un gran charco de sangre al lado del canal", informaron los diarios Manchester Courier y Lancashire General Advertiser. "…Y por el hecho de que un pedazo de Watkins también se encontró en el lugar", añadieron las publicaciones.
Locuras del cricket
Fue idea del doctor Finch. Un partido de cricket en un día de verano. ¿Qué podía ser más agradable?
El doctor Finch puso a jugar a los locos contra los cuerdos. Ganaron lo locos.
Así que reunió a un grupo de amigos. Personalmente eligió al equipo contrario. Lo cual explica cómo fue que, en los jardines de su asilo privado en Wiltshire -en el suroeste de Inglaterra-, terminó llevándose a cabo un partido que se conoció como el de "los cuerdos contra los locos".
El equipo del doctor Finch, que incluía a un expaciente, arrancó con mal pie, con un primer inning pobre y un segundo peor. Unas horas después, los internos se elevaron victoriosos, ganando con 61 carreras. "¿Dirá esto algo de los pacientes, en términos de cuerpo y mente?", preguntaba el diario The Salisbury and Winchester Journal, en junio de 1849, burlándose del marcador.
Ciclismo matrimonial
Nellie se llevó el premio mayor: el novio.
En el Tour de Francia, los competidores corren por el famoso maillot amarillo. En el Giro de Italia, los ciclistas batallan por el rosado. En la Vuelta a España el líder viste de rojo. Y en New Jersey, a finales del siglo XIX, la codiciada prenda era blanca. Blanca como un vestido de novia, para ser exactos. Según una nota publicada en el Cheltenham Chronicle, dos trabajadoras de fábrica organizaron una carrera en bicicleta por un esposo en 1899.
"La carrera se llevó a cabo porque eran rivales por la posesión de los afectos de cierto joven -decía el periódico- y el premio era el joven mismo". Y así salieron, a toda mecha por la ruta de tres kilómetros, seguidas por cualquiera sea el nombre que se le dé a una partida de orondos ciclistas de sombrero y traje, incluidas parejas en bicicletas dobles.
Los honores fueron para una mujer llamada Nellie, quien completó el circuito en cuatro minutos y medio. "El premio de la joven esperaba al final del recorrido", decía el Chronicle. "Él y la ganadora se abrieron paso a través de la multitud hasta donde estaba un pastor esperándolos, pues habían contratado sus servicios de antemano, y en la presencia de cientos de espectadores se convirtieron en marido y mujer".
Lucha de osos
Picton pensó que podría derribar al oso. Otra cosa pensó el oso
Había diez chelines para el ganador. Una buena suma de dinero, allá en 1890. Así que esa noche del sábado, en el music hall de Londres, John Picton aceptó el reto. ¿Qué tan difícil puede ser?, debió haber razonado. Todo lo que tenía que hacer era: a) superar los nervios; b) subirse al escenario y c) luchar con un oso y tirarlo al suelo. Las partes "a" y "b" parecieron suceder sin aspavientos.
Pero -y usted, querido lector, ya se me habrá adelantado, sin importar cuán rápido pueda yo teclear la historia- la "c" resultó problemática. El oso -no hay ni qué decirlo- tiró a John al suelo. Murió de las heridas en el hospital de Londres. Nadie se llevó los 10 chelines.
BBC