Por Andrés Pascual
Las divisiones sintéticas o juniors se crearon para boxeadores que no encontraban comodidad ni arriba ni abajo; sin embargo, las justificaron como “ofertas de mayor protección a los boxeadores”, viéndolo bien, una hipocresía meridiana disfrazada de “buenos y preocupados” por la salud de los pugilistas.
En 1917 se creó la junior ligera y en 1922 la junior welter y la junior pluma, conocida también como supergallo. Esta división ajusta al peso de las 122 libras. Wilfredo Gómez, uno de los pugilistas boricuas que logró ganar campeonatos mundiales en tres pesos diferentes, es el mejor peleador supergallo de todos los tiempos.
El único de su clase en Puerto Rico, porque ningún otro boxeador de allí es considerado como lo mejor de un peso en la historia del boxeo. En Latinoamérica, el otro con el que coquetean los eruditos es con Durán como lo mejor visto jamás en la división lightweight. Si algo pesa en la decisión de concederle a Gómez el certificado de mejor superbantam de la historia, deben ser las 17 defensas exitosas de su faja mundial, ganadas todas por nocao, de forma consecutiva.
Gómez es el único en posesión de tal hazaña; porque Joe Louis, que expuso 25 veces su cinturón de peso completo, aunque anestesió a 21, nunca lo logró con más de 7 seguidos y, durante esas defensas, horizontalizó a tres campeones mundiales: Billy Conn, John Henry Lewis y Jersey Joe Walcott; pero el puertorriqueño se lo aplicó a cinco monarcas: Carlos Zarate, Royal Kobayashi, Leo Cruz, Juan Meza y Lupe Pintor.
El boricua fue una máquina de matar, de golpes con poder de nocao punch y de resistencia al castigo y a la distancia que pegaba con igual fuerza con ambas manos. Sin embargo, cuando abandonó la división de las 122 por dificultades para hacer el peso e invadió los feathers, encontró la horma de su zapato en el guerrero azteca Salvador Sánchez, un peleador de condiciones parecidas; pero más fuerte, más decidido y con más determinación al momento del pleito, otro asesino del ring sin contemplaciones que, por su muerte prematura, acaso no se convirtió en lo mejor de todos los tiempos entre boxeadores hispanos.
Dicen que Gómez subestimó a Sánchez, porque este había llegado al límite contra pugilistas que él había despachado por nocao y que descuidó el training por necesidades de la campaña de promoción, yo no creo eso.
Ahora, si algo no tuvo en cuenta la esquina del boricua, fueron la cantidad de nocaos en los rounds 13, 14 y 15 que Sánchez había propinado. Cuando un pugilista puede noquear en las postrimerías del pleito con frecuencia, es respetable por su resistencia, por su energía y por su preparación.
La noche del 21 de agosto de 1981, en el Ceasar’s Palace de Las Vegas, se convirtió en la pesadilla de Wilfredo Gómez: al filo de las once y media, el referí detenía, aplicando el piadoso nocao técnico, la masacre que efectuaba Salvador Sánchez con él, que nunca se recuperó de un golpe salvaje recibido en el primer round. Al momento de la intervención del referí, el bout estaba en el 8va round.