Para la gran mayoría de deportistas, el gran temor es encontrarse ante una lesión de menisco. Los meniscos son dos estructuras, una interna y otra externa, localizadas entre el fémur (hueso del muslo) y la tibia (espinilla), de forma semilunar, compuestas de un fibrocartílago, cuyo centro forma una cavidad para dar soporte y amortiguación a la rodilla, distribuyendo la fuerzas recibidas sobre las rodillas por los impactos de la actividad física.
Esta capacidad para repartir la fuerza sobre la articulación es importante ya que protege al cartílago presente de un desgaste excesivo. Sin el menisco, toda la carga ejercida por la actividad caería sobre el escaso cartílago que posee esta estructura, llevando al daño de la superficie, y consecuentemente a su degeneración (artrosis).
Las lesiones meniscales pueden afectar a personas de cualquier edad, sin embargo varían dependiendo de los años. En pacientes jóvenes, la ruptura es producida por una importante torsión o giro de la rodilla sobre su mismo eje. En las personas mayores que realizan deporte entre los 40 – 45 años, el menisco se vuelve más débil, el tejido se degenera y la lesión se puede producir por un traumatismo menor, por ejemplo, al levantarse de la posición de cuclillas o realizando una flexión exagerada.
En muchos casos, existe lesión por alteración degenerativa, y el paciente no recuerda un traumatismo específico que haya roto el menisco. Generalmente el menisco se lesiona de manera aguda en deportes de contacto como el futbol.
El principal síntoma con un menisco roto es el dolor, que puede ser difuso, especialmente cuando existe una significativa inflamación de la rodilla. Si el daño es severo, se puede producir un bloqueo (incapacidad de extender o flexionar la rodilla por completo) que ocurre cuando el fragmento roto del menisco queda atascado dentro de la articulación.
El tratamiento incluye opciones como: manejo conservador, retiro completo o parcial del menisco, o reparación del mismo. Ante una intervención quirúrgica el plazo promedio de retorno a la actividad normal bordeará entre las 3 y 5 semanas manteniendo en primera instancia una terapia conservadora con uso de antiinflamatorio y hielo, para bajar la inflamación y proceder de manera temprana al inicio de la terapia física.
La Nación/ GDA