Hoy hace 21 años que el imponente cubano Javier Sotomayor estableció en Salamanca el vigente récord mundial de salto de altura: 2,45. La existencia esta temporada de seis atletas (uno en sala) que han superado 2,40 al menos una vez ha provocado un estado de excitación general. Jamás se había producido tal profusión de saltadores con esos registros.
Los pronósticos de récord del mundo, atizados por la novedad, han proliferado. Pero los aspirantes se amontonan, las competiciones se suceden y el récord se mantiene incólume. Probablemente alguna vez caerá, y nunca se ha visto tan amenazado como ahora. Pero, entretanto, se muestra casi desdeñoso con quienes lo persiguen sin alcanzarlo.
Ajeno a la estilizada jauría que le lanza dentelladas inútiles, la existencia de un peligro real pero insuficiente sólo sirve para reforzar su categoría y expresar en la comparación su auténtico calibre. Cada vez que es atacado y no vencido, se robustece. Cada vez que lo rozan sin arañarlo, se reafirma. Cada vez que atentan contra él sin derribarlo, se renueva por el mero hecho de permanecer.
Los 2,40 constituyen una barrera formidable, física y psicológica, pocas veces superada desde 1985, cuando Rudolf Povarnitsyn, un soviético ucraniano, la rebasó en Donetsk, un enclave de lamentable actualidad.
Pero, a partir de ella, cada centímetro es un kilómetro aumentativo. A los más grandes saltadores les ha producido un vértigo vertical, una especie de mal de altura.
Históricamente, en finales, sin contar marcas de paso, entre outdoor e indoor, Sotomayor se izó por encima de ese techo en 21 ocasiones, sólo seis menos que todos los demás (15) juntos. Patrick Sjöberg, en cuatro, Carlo Thränhardt, en dos. El resto, en una hasta el ascenso reciente de Mutaz Essa Barshim (tres), Ivan Ukhov (dos) y, sobre todo, Bohdan Bondarenko.
El nuevo gran ucraniano ha saltado, entre la temporada pasada y la presente, 2,42; 2,41 (dos veces) y 2,40 (tres). Pero no ha podido, al menos aún, con 2,43. Ni, naturalmente, con 2,44; 2,45 y… 2,46.
Para destronar a Sotomayor tiene que saltar 2,46. Díganlo en voz alta, escuchen el eco y comprenderán la magnitud del empeño. Entre 2,42 y 2,46 se alzan unos pocos pero empinados peldaños en progresiva dificultad acumulativa. Del Lhotse al Everest, pasando por el Kanchenjunga y el K2. Bondarenko y su cuadrilla sueñan con escalarlos mientras en sus auriculares suena Stairway to heaven.
Por Carlos Toro/ ElMundo