Sochi, Rusia — El logro supremo de la Rusia de Vladimir Putin se puso en marcha el viernes, con una celebración de la grandeza de su pasado y esperanza por un futuro glorioso. En una superlativa ceremonia, el presidente ruso inauguró oficialmente los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi.
Vladislav Tretiak, un legendario jugador de hockey, e Irina Rodnina, tricampeona olímpica de patinaje artístico, prendieron el pebetero olímpico, para poner en marcha dos semanas de competencias invernales a las orillas del mar Negro. El encendido del fuego olímpico coronó una alegre ceremonia de apertura en el Parque Olímpico, que comenzó con una bienvenida "al centro del universo". Más que en otras citas, estos Juegos Olímpicos están estrechamente atados al gobernante del país anfitrión.
Putin cargó con la iniciativa de obtener el derecho de montarlos en esta ciudad, un centro turístico de verano en el mar Negro y próximo a las montañas del Cáucaso. Rusia se gastó 51.000 millones de dólares para transformar a Sochi en un paraíso para los deportes invernales.
Los Juegos Olímpicos más caros en la historia acabaron sumiéndose en una vorágine de corrupción, abusos al medio ambiente y temores a atentados terroristas por la insurgencia islámica en las vecinas repúblicas de Chechenia y Dagestán. Apenas después de ponerse el sol sobre el Cáucaso y a la ribera de la costa que bordea el estadio Fisht, la estrella de la televisión rusa Yana Churikova pegó un grito a la gente que aún trataba de acomodarse en sus asientos: "¡Bienvenidos al centro del universo!". Y así será durante las próximas dos semanas para los 3.000 deportistas que participarán en 98 pruebas, batiendo récords en cuanto a participación y competencias en unos Juegos de Invierno.
Pero también habrá inquietud de que estos Juegos sean blanco del terrorismo, temores que se atizaron durante la misma ceremonia cuando trascendió que un pasajero a bordo de un vuelo con destino a Estambul dijo que cargaba una bomba y pidió que el avión fuera desviado a Sochi.
Las autoridades informaron que el avión aterrizó sin problemas en Turquía. La nota disonante de la ceremonia se produjo cuando uno de los cinco anillos olímpicos no se encendió mientras se trataba de recrear una nevada. Los cinco debían unirse para dar inicio a un despliegue pirotécnico para poner en marcha la fiesta. En cambio, los anillos terminaron apagándose y removidos del estadio, justo cuando Putin era presentado.
Tampoco se hicieron menciones sobre la represión a los opositores, el temor al terrorismo y el extraordinario dispositivo de seguridad de estos Juegos.
No se dijo ni una palabra sobre los trabajadores migrantes que con ínfimos salarios construyeron las sedes de la nada, la indiferencia hacia los residentes de la ciudad, la desconsideración al medio ambiente durante las obras y todo el despilfarro. Pese a todas las críticas que ha recibido, Rusia sacó pecho con lo que ha logrado con estos Juegos.
Dmitry Chernyshenko, el jefe del comité organizador local, resumió el sentir de muchos de sus compatriotas presente cuando proclamó: "Estamos en medio de ese sueño que se ha hecho realidad". Para Rusia, la ceremonia de apertura ofreció la ocasión de exhibir al mundo su identidad post soviética. Y esa la versión de Putin: un país dueño de una compleja historia, que quiere voltear la página a dos convulsas décadas, y que ahora está en condiciones de montar una magna cita deportiva internacional. Y Putin tenía un papel protagónico, aceptando la invitación de Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional, de proclamar la inauguración desde su palco situado en lo alto del estadio.
Poco antes, Putin pudo observar a las verdaderas estrellas de las justas. Esos eran los atletas, ataviados con los colores nacionales en sus ropas de invierno para combatir el frío. Como siempre, Grecia —cuna del olimpismo— fue el primer país en el desfile de las delegaciones.
Cinco países, todos de países de clima caliente, debutaron en una cita invernal. El abanderado de Togo lucía aturdido por lo que le rodeaba, pero los experimentados representantes de las Islas Caimán se atrevieron a desfilar con pantalones cortos. Las delegaciones más pequeñas se llevaron los mayores vítores de los 40.000 espectadores, con el trío de Venezuela haciendo rugir a la gente cuando el abanderado y esquiador alpino Antonio Pardo se puso a bailar al compás de la música electrónica.
Otro que recibió aplausos fue Hubertus Von Hohenlohe, el príncipe alemán de 55 años que representa a México. Solo la vecina Ucrania, actual escenario de un conflicto entre el president pro ruso y una oposición que quiere acercarse a Occidente, pudo competir con esos aplausos.
Eso fue así hasta que los rusos entraron al estadio en el último turno, marchando al ritmo de "Not Gonna Get Us" (No Podrán con Nosotros), la canción del dúo ruso Tatu. Los rusos dan una enorme importancia a los Juegos, pendientes del cuadro de medallas, y sin olvidar el desastroso desempeño de hace cuatro años en Vancouver.
Estos juegos son peculiarmente trascendentales, con muchos rusos que se sienten inseguros sobre el sitial de su país en la arena internacional tras el final de la Guerra Fría y los años posteriores en los que Estados Unidos y China han sido las grandes potencias. Y los rusos no tuvieron inhibición alguna para destapar su tradicional orgullo patriótico. Al pedirle a los presentes que gritasen "más fuerte que nunca", Churikova les dijo que los recuerdos que se iban a llevar de esta noche van a perdurar 1.000 años. Cuando explicó que el acto sería presentado en inglés, francés y ruso, bromeó que no importaba, ya que en Sochi todos "hablan todos los idiomas del mundo". El momento de mayor orgullo se produjo al final, cuando Tretiak y Rodnina encendieron el pebetero. En el último tramo del recorrido de la llama, ambos fueron precedidos por otras figuras deportivas, entre ellas la tenista Maria Sharapova y la lanzadora de pértiga Yelena Isinbayeba. Y fue así que todo culminó.
Al inicio, la ceremonia —y los Juegos— sortearon la primera oportunidad de prestar atención a esos temas que Putin preferiría que el mundo ignore durante las próximas dos semanas. Las cantantes de Tatu, que fingen ser lesbianas como parte de un truco de promoción, sólo se agarraron de la mano durante su presentación, sin darse besos y acariciarse como suelen hacer en sus pasados conciertos. En la entrega de los premios MTV de 2003, el dúo se presentó rodeado de jovencitas vestidas en ropa de escolares que al final se despojaron. ¿Esta vez? Fueron antecedidas por un coro del ejército que cantó "Get Lucky", el tema de Daft Punk.
AP