A un siglo de su nacimiento, se recuerda a uno de los atletas más grandes en pista y campo, fue el primero en lograr cuatro medallas de oro en un estadio olímpico, lo que originó la súbita salida de Hitler del escenario en Berlín 1936
Cada vez que se nombre a James Cleveland Owens, el viejo Jesse volverá a pararse en aquel óvalo olímpico de Berlín (1936). Conquistará una y otra vez los cuatro oros que lo hicieron inmortal y el führer Adolfo Hitler, atónito y furioso, abandonará el palco de honor sin estrechar la mano del atleta negro.
Hace un siglo que nació James Cleveland Owens, en Oakville, Alabama. Séptimo de un total de 11 hijos de Henry y Emma Owens (granjeros e hijos de esclavos), quien a los siete años estuvo al borde de la muerte por neumonía y más tarde se mudaría con la familia a Cleveland.
Lo de Jesse ocurrió a los nueve años en el colegio. Su acento sureño y timidez hacían que su profesor malinterpretara la fonética cuando el niño le explicaba que se llamaba JC Owens (James Cleveland). El “yei-ci” se escuchó como un Jesse y desde entonces el apodo se transformaría en nombre de batalla para un chiquillo acostumbrado a darle vueltas al campo de béisbol en el colegio, tras ser apartado por sus propios compañeros de clases.
Con el paso del tiempo sería observado por el profesor de atletismo, Charles Riley, quien comenzó a verle cualidades a ese jovencito enclencle y de bajo perfil. Dicho jovencito trabajaba reparando y lustrando zapatos y se las tendría que arreglar para entrenar en un colegio en el que no se permitía a los estudiantes negros convivir con los blancos y mucho menos sentarse en la parte delantera de los autobuses.
Pero eso no le impidió convertirse en un joven atlético y demasiado veloz. Su todavía profesor Riley sabía que no estaba equivocado al mirar cómo el ahora empleado de una gasolinería corría literalmente solo en el óvalo, mientras los otros competidores mordían el polvo.
Su boleto al olimpismo lo conseguiría el 25 de mayo de 1935, cuando fue inscrito en una competencia estatal de Michigan e impuso varias marcas: 100 yardas en 9.4 segundos, 8.13 metros en salto de longitud, 220 yardas en 20.3 segundos y 220 yardas con vallas en 22.6 segundos. ¡Las cuatro pruebas en una tarde!
James Cleveland, nieto de esclavos, estaba en la antesala de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. Se ganaba un lugar en el equipo estadunidense que viajaría a la Alemania nazi, aunque tenía prohibido comer con los atletas de cabellos dorados y dormir en la misma concentración. A Jesse no le importaba.
Los Juegos de Hitler
La magia de la internet muestra la inauguración de aquellos Juegos (en blanco y negro), donde casi 110 mil asistentes se ponen de pie y saludan al führer con el brazo derecho extendido hacia el frente. Se dice que Adolfo Hitler quería utilizar dichos juegos para demostrar la superioridad aria, aunque no pensaba en que un atleta negro le hiciera pasar momentos incómodos.
En la imagen se observa a Jesse Owens arrebatar tres medallas áureas a los atletas europeos en el mismo número de días. El 3 de agosto dejaría el anonimato al ganar los 100 metros planos y un día después ganaría el oro en salto de longitud, en una prueba en la que haría amistad con el saltador germano Luz Long.
Los 200 metros planos llegarían un día más tarde. Sería hasta el 9 de agosto cuando Owens integró el relevo de 4×100 para conquistar su cuarta medalla áurea en el atletismo de unos Juegos Olímpicos, algo que en los Juegos de Los Ángeles 84 homologaría Carl Lewis, el llamado Hijo del viento.
La primera versión que brincó en cuanto a este episodio deportivo fue que Hitler, atónito y furioso, abandonó el palco para no tener que saludar al atleta de piel negra. Dicho gesto hizo crecer la figura de Jesse Owens, quien se convirtió en uno de los atletas más grandes de la historia y un luchador contra el racismo mundial.
En aquellos días Owens había dicho no darse cuenta de la actitud del führer. Una versión alemana explica que el protocolo indicaba que Adolfo Hitler no debía saludar de mano a ningún atleta. El líder nazi lo hizo un par de veces, se le indicó que no estaba bien, y entonces decidió no dar más la mano a competidor alguno.
Años más tarde, el corredor escribiría su autobiografía (Jesse Owens, The Story, 1970), en la que indicaba haber recibido un saludo a la distancia del dictador y devolver el gesto de la misma manera. “Cuando volvía a mi país natal, después de las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás”. También diría: No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente”.
En aquellos años (1936) el presidente norteamericano Franklin Delano Roossevelt se rehusó a recibirlo porque buscaba la reelección y temía ser criticado por los segregacionistas estados del Sur. Así que Jesse regresó, sin festejo alguno, a su antiguo trabajo en el hotel Waldorf-Astoria.
Era botones y bolero negro con cierta fama.
Competir contra caballos
El único homenaje que había logrado el Antílope de Ebano fue que la Bolsa de Nueva York detuviera sus labores por un minuto. Jesse volvió a ser un negro más en un país segregacionista y sus cuatro medallas doradas pasaban a ser mera estadística en un territorio donde sobran los metales olímpicos.
Un año después de correr ante los sorprendidos ojos de Adolfo Hitler, Owens competía ante un caballo pura sangre ante cientos de curiosos por ver al medallista desafiar a un caballo de carreras. Jesse Owens recibió 30 yardas de ventaja y al final venció al equino manejado por un jockey profesional.
El ganar algunos dólares de manera fácil puso al atleta en un rumbo equivocado. Jesse comenzó a competir contra caballos, motociclistas y todo aquél apostador que lo desafiara. Su show llegó incluso a convertirse en espectáculo previo a los juegos de la Liga Negra de Béisbol, donde el medallista olímpico retaba a los peloteros más veloces y los derrotaba, a pesar de darles 10 yardas de ventaja.
Owens probaba cualquier negocio, animador en fiestas, dj de jazz en centros nocturnos de Chicago y dueño de una lavandería, en la que resultó estafado por su socio.
James fumó una cajetilla diaria de cigarros durante 35 años, lo que le originó cáncer de pulmón. Murió a los 66 años, el 31 de marzo de 1980 y sus restos yacen en el cementerio Oak Woods, en Chicago.
Un año después de su muerte, la USA Track and Field creó el Premio Jesse Owens que se entrega año con año a los mejores atletas (hombre y mujer) en las pistas.
El nieto de esclavos recibiría, post mortem, la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos. Además, una calle en Berlín lleva su nombre desde 1984, así como una escuela de Lichtenberg. James Cleveland Owens cumpliría hoy 100 años.
JC Vargas/Excelsior