El 9 de junio de 2013 será recordado por los aficionados al tenis como el día en el que un jugador consiguió por octava vez coronarse en un Grand Slam.
El nombre del artista no es otro que el de Rafa Nadal y el escenario Roland Garros, donde firmó otra final para enmarcar cediendo tan solo ocho juegos ante un compañero, amigo y compatriota como David Ferrer. Rafa Nadal ha entrado en la historia al covertirse en el primer tenista que logra ganar ocho veces en un grande.
Lo ha hecho en Roland Garros, su torneo fetiche, el escenario en el que más cómodo se siente, el lugar donde se lame las heridas y se siente un escalón por encima de sus homólogos. No por ego, sino por resultados. Algo tan importante como determinante sobre todo ante inexpertos en estos lares como David Ferrer, al que le le pudo jugar su primera final de Grand Slam.
El derbi español se lo llevó el balear por un marcador de 6-3, 6-2 y 6-3 tras dos horas y diecisiete minutos de juego en un choque disputado en una Philippe Chatrier rendida a los pies del campeón. David saltó a la pista supeditado a convencer y convencerse a sí mismo que podía ser el primer español en ganar una final a Nadal.
Sabía que sus opciones pasaban por ser un plus más agresivo que en su guión habitual y por eso arriesgó en cada servicio y cada resto. Cedió su saque en el tercer juego pero recuperó la desventaja a continuación, soltando los nervios y dispuesto a ofrecer su mejor versión. Logró arrinconar a Nadal en el fondo de pista, jugando grandes intercambios de lado a lado y de menos a más intensidad.
El balear tardó en carburar, pero a poco que hizo descolocó a un más que regular Ferrer. Rompió de nuevo en el séptimo, pecó de dejadas a destiempo y sacó a pasear su derecha. Una combinación que acabó por darle la primera manga. Nadal había metido una marcha de más al partido y no frenó ni cuando la lluvia hizo aparición en el escenario de juego. Bajo las primeras gotas de lluvia, Rafa logró un break con el que tomar ventaja y minó la moral de un Ferrer que no lograba remontar el vuelo.
El de Jávea probó suerte desde el fondo, con palos y dejadas, pero el balear estaba más fino. Era uno de esos días en los que por mucho que golpees al muro siempre acabas encontrándote de frente nuevamente con la pelota. "Lo de este tio es increíble", se pudo leer en los labios del alicantino tras encajar uno de los puntos más bonitos del torneo (29 rallies). Sólo un energúmeno que saltó a la pista con una bengala encendida en la mano quitó protagonismo a un Nadal que no tuvo problema alguno en cerrar el segundo acto a su favor.
La actitud de Ferrer fue loable a pesar de verse por detrás en el marcador. Incluso levantó un 0-2 en contra que le hizo meterse de lleno en el partido.
La lluvia, cada vez más incesante, amenazó con tener que parar el duelo, pero tanto la organización del torneo como Rafa no eran partidarios de tal decisión. La balanza del equilibro volvió a desequilibrarse a favor del balear en el séptimo juego, un juego en el que David pecó de precipitación y regaló el break a Rafa con una doble falta.
El duelo se consumió con Nadal al servicio, alzando los brazos en señal de victoria al cielo de París.
Nadal conquistó por octava vez Roland Garros, el 12º Grand Slam en su haber. Se trata del 57º título de su carrera, el 42º sobre tierra batida y el séptimo de esta temporada. Siete y nueve finales en nueve torneos disputados desde su regreso a las pistas tras siete meses de ausencia. (Marca)