Una única diferencia distingue a la Copa Confederaciones del resto de torneos de fútbol del mundo: el dinero. Mientras que todas las competiciones de todos los deportes surgen a raíz de la rivalidad y competitividad entre personas o clubes, la Confederaciones nace gracias a la avaricia de un rey poderoso que ve en el deporte una forma de exaltar su nación y, sobre todo, un camuflaje perfecto ante el panorama internacional de ocultar la realidad social de la gran mayoría de la gente.
Fahd bin Abdelaziz al-Saud fue rey de Arabia Saudí hasta su muerte en agosto de 2005. Muchos expertos en política internacional le consideraban uno de los personajes más crueles y uno de los dictadores más duros de todo el planeta.
Sin embargo, como todo buen mandatario absolutista, supo vender al mundo una imagen muy diferente. En este caso, el rey saudí utilizó el fútbol como medio para transmitir una imagen de normalidad y, de paso, vender la marca Arabia Saudí, de la que se sentía muy orgulloso.
Fahd quería ver a su combinado nacional enfrentarse a los mejores equipos del mundo, pero esperar hasta el mundial de 1994 le parecía demasiado tiempo, por lo que se inventó un nuevo torneo a nivel mundial, la Copa Rey Fahd, que se disputó por primera vez en 1992.
En aquella ocasión, el torneo se disputó íntegramente en Arabia Saudí, siendo el estadio Internacional Rey Fahd -situado en Riad, capital del país- su única sede.
Además de la anfitriona, disputaron aquel campeonato Argentina (por ser campeón de la Copa América de 1991), Estados Unidos (campeón de la CONCACAF de 1991) y Costa de Marfil (campeón africano en 1992).
Los incentivos económicos por participar fueron más que suficientes para convencer a la federaciones de estos tres países. El título se lo llevó Argentina, que superó fácilemente en la semifinal a Costa de Marfil y en la final a Arabia Saudí.
El torneo sólo contó con cuatro partidos, pero aquel fue el germen de lo que hoy conocemos como Copa Confederaciones. En 1995 el torneo se repitió, aunque en esta ocasión el número de participantes aumentó hasta seis y los beneficios económicos para los visitantes fueron mayores. Además de los anteriores, acudieron a la cita el campeón asiático y el campeón de Europa.
El éxito de esta segunda edición fue aún mayor, algo que acabó de atraer a la FIFA, que se metió de por medio y cogió las riendas del torneo, sin que el rey Fahd, debilitado por un infarto y más preocupado por su salud y por otros temas políticos, pudiese hacer nada.
A partir de 1996, la Copa Rey Fahd empezó a denominarse Copa Confederaciones, siendo la FIFA el único órgano organizador y rector de la misma.
Eso sí, en 1997, Arabia Saudí volvió a ser la organizadora del evento por tercera vez. Precisamente, en aquel año Brasil ganaría el primero de los tres entorchados que lucen en sus vitrinas. Los cariocas son, sin duda, los grandes dominadores del torneo.
En 1999, por primera vez, la Copa Confederaciones se celebró en un país que no era Arabia Saudí. México fue la anfitriona y, también la campeona. La principal novedad es que el número de selecciones aumentó hasta ocho, como ocurre en la actualidad, por lo que se estableció el formato que se utiliza actualmente. Durante los seis años siguientes, el torneo se siguió disputando con normalidad, pero a partir de 2005, un último cambio modificaría la naturaleza del torneo.
De ese año en adelante, la Confederaciones se disputaría en el país anfirtrión de la Copa del Mundo y, además, en el año previo a la celebración de dicho campeonato. De ese modo, la antigua Copa Rey Fadh pasaba a celebrarse cada cuatro años, rompiendo con una de las pocas características que ligaban el torneo actual con lo que fue en sus inicios.
Lo que no se ha perdido es la recompensa económica: la FIFA repartirá este año más de quince millones de euros entre las ocho selecciones participantes para que, ganen o no, todos vuelvan con ganas de repetir en el futuro. Como hacía Fahd bin Abdelaziz al-Saud./ Manu Albarrán