“Pescar ha sido el trabajo de mi padre y de mi abuelo, y a mí se me da muy bien. Era natural que siguiera su camino”, dice Madlín Kulab, de 18 años, en el puerto de Gaza. Sus palabras explican con sencillez una lucha que no ha sido fácil: la joven ha tenido que romper barreras en un mundo de hombres, pelear contra las convenciones sociales y desafiar las leyes del gobierno islamista de Hamás. Kulab es la única pescadora de la franja palestina, además de una nadadora incansable –puede nadar hasta cinco horas diarias- que sueña con participar en competiciones internacionales.
La joven ha padecido la incomprensión de Hamás (el Movimiento de Resistencia Islámico), que impone en la franja de Gaza la segregación de niños y niñas en la escuela y relega a la mujer a un papel secundario en la sociedad. El Ejecutivo islamista ha tratado de impedir que la pescadora pudiera trabajar en la profesión de su progenitor. Una vez, le quemaron las redes de pesca y dañaron su barca. Ningún responsable del Gobierno le prestó ayuda. En tres ocasiones detuvieron a su padre, Mohamed, que se encontraba gravemente enfermo. La presión aumentó cuando le confiscaron el bote para impedirle salir a trabajar.
“Mi padre ha pasado una época en la que estaba muy enfermo, casi no podía andar, por eso insistí en salir a pescar en su lugar”, resume la joven con tenacidad. La labor de varias asociaciones de Derechos Humanos en la zona y el permiso del muftí (un experto en derecho islámico) de Gaza lograron que, finalmente, el ministro del Interior de Hamás le otorgara el permiso para trabajar junto con su hermano, de 15 años, y otros pescadores.
Kulab ha tenido, además, los mismos problemas a los que se enfrentan el resto de trabajadores de la mar en esta ciudad: los encontronazos con el Ejército de Israel. “En varias ocasiones, las naves israelíes me han atacado al llegar al límite que imponen”, se queja. Según los Acuerdos de Oslo, los pescadores tienen derecho a faenar a 20 millas de la costa, pero el Gobierno israelí ha reducido esta distancia a tres millas. Si algún palestino lo supera, los militares tratan de arrestarlos, incautan sus botes y, a veces, disparan contra ellos. “En una ocasión, me rodearon dos naves israelíes y dieron vueltas alrededor de mi barco para intentar volcarlo”, cuenta la joven.
La pelea de la gazatí contra las leyes y el hostigamiento israelí ha contado, en cambio, con el apoyo del gremio de puerto. “Crecí con los pescadores, he pasado mi vida entre el puerto y la barca, así que entre ellos soy uno más. No me siento discriminada, tengo el apoyo de mis compañeros”, señala. Su figura, no obstante, destaca entre la de los demás marinos. Ellos muestran sus brazos –van en manga corta- y sus cabezas, mientras Kulab lleva un vestido largo, negro, y un hiyab rosa que oculta totalmente su pelo.
Es precisamente esta vestimenta la que le permite realizar una actividad vetada para muchas otras mujeres en la franja de Gaza: la natación. La joven se sube en su barca y, cuando se encuentra en el mar, a mucha distancia de la costa, se lanza al agua. “Puedo nadar de tres a cinco horas cada día, es algo que me encanta”, explica. Lo hace ataviada a la manera islámica, es decir, con una falda que le cubre hasta los tobillos y una camiseta con las mangas largas. También sabe bucear -asegura descender hasta una profundidad de unos cinco metros- y sus habilidades acuáticas tienen sorprendidos a sus compañeros de trabajo.
“Mi sueño es participar en los Juegos Olímpicos”, explica. Algo más que complicado, ya que no hay ningún equipo de natación para mujeres en toda la zona, ni tampoco opciones para participar en competiciones internacionales. La joven, además, se ha sacado el carné de socorrista bajo el Gobierno de Hamás, aunque nunca ha ejercido como tal en las playas de la franja.
Aunque en estos momentos no hay ninguna otra mujer que haga lo mismo que ella en este territorio de 360 kilómetros cuadrados -castigado por el bloqueo israelí- en el que viven en torno a un millón y medio de personas, Madlín anima a otras mujeres a que sigan su ejemplo. “Quizá en el futuro haya más pescadoras en Gaza”, dice confiada.